Ninguna existencia iguala el modo de «ser» obstinado y terco que tienen los muertos. Mientras mantenemos la vida, mientras estamos con vida, existimos en el modo de la huida, de la fuga, de la escapada hacia adelante. La muerte, en cambio, nos fija en la consistencia, en la identidad, en la permanencia, nos fija en «el único parecido» posible (Blanchot) que cada uno guarda consigo mismo, pues los muertos «ya no huyen, ya no nos huyen ni huyen de sí mismos». A este ser del desaparecido o de la desaparecida, escribe Nancy, solo le compete su imagen, «es decir, la espera infinita, la petición siempre renovada de un milagro de existencia y de sentido que solo puede tener lugar en la disipación de la imagen». Tomando como leitmotiv el retrato pintado por Valerio Adami a Jacques Derrida unos meses antes de su muerte, ocurrida en 2004, Jean-Luc Nancy entrega en este pequeño libro, con la estremecedora belleza de su escritura, una emotiva elegía que no solo tiene la virtud de hacer partícipe al lector del amor incondicional que Nancy le profesaba a su amigo y que todo el texto rezuma. Su retrato, además, le sirve de excusa para, mediante una minuciosa lectura de los diferentes motivos que aparecen en el cuadro, hacer una alegoría de la filosofía y de la literatura, puesto que aquí filosofía y literatura confluyen tanto como divergen. «Retrato alegórico» de la escritura y del pensamiento de Jacques Derrida en lo que podría considerarse una singularísima, conmovedora y muy personal introducción a su pensamiento.
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