Hasta me parece que la poesía se escribe (o ella te escribe a ti, o ambas cosas) para que sirva de asidero, de ancla. Para que nos sostenga sujetos de esta orilla, sea la que fuere, donde hay tantas cosas que nos asombran, encantan, maravillan. No, yo creo que no queremos marcharnos jamás, que quisiéramos plantar como el instante aquel del Monte Tabor unas chozas, no tiendas, no, simples cabañas, en que alojarnos, en que sentirnos libres de la tormenta que bate bravía ahí afuera. Y nosotros, dentro, muy adentro, arropados por mantas que abrigan pero no agobian. (?) Y es que todos necesitamos cobijo, como el que nos da la poesía. Misterio, el que dota a la poesía de raya, rimmel, rubor o cuanto haga falta para maquillarnos en esta difícil batalla de vivir o ?cuando menos? de fingir que vivimos. Y hasta me parece que la estación más favorable a cierta poesía escrita por mí es el verano. Yo que amo los viajes, también los interiores, el sitio, no lo dudo: Xuvia-Neda. Encuadrado mi huerto por ese ventanal abierto al aire del verano de Neda. Como un verano en Neda, subtitulé un libro de poemas anterior a este. Sigo afirmándome en ello. También en que la poesía es un intento esperanzado para no marcharnos nunca. Para que en el huerto crezcan también las cabañuelas. Mientras merodea el amor con sus disfraces múltiples. Algo así o de esta manera. Ayer y todavía.
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