Un cuento para recordarnos que los árboles también hablan, también miran, también tienen conciencia.DÍDAC P. LAGARRIGA Nací en una de las ciudades más grandes del mundo, São Paulo, y en un país con una de las selvas más grandes del mundo, Brasil. Allí, dicen, ¡todo es grande! Cuando, de pequeño, llegué a Barcelona, lo primero que hice fue pillar un buen resfriado. Desde entonces, no he hecho muchas cosas, excepto embobarme, embobarme y embobarme, y andar, andar y andar. Y cuando me embobo y ando mucho, escribo. Para mí, escribir es la única ocasión que tengo de verme las raíces, unas raíces que a menudo toman forma de libro y viajan por casas, librerías y bibliotecas. También pueden tomar forma de artículo y pasar, huidizas, por mesas de bar o sofás de domingo. ¿Sabéis qué me gusta más de cuando me embobo, ando y escribo? Escuchar. Escucharlo todo muuuy atento y, sobre todo, agradecido de poderlo hacer. ALBERT ASENSIO Nací una mañana de un domingo del mes de marzo, cuando las golondrinas estaban a punto de llegar al pueblo para empezar a hacer su nido. Ya de pequeño me fascinaba todo lo que tenía relación con volar. Seguro que no tenía más de siete años cuando decidí que quería ser piloto de una nave para viajar bien lejos; pero el tiempo pasaba y la nave no llegaba. Así que, hacia los once años, pensé que la mejor manera para conseguir viajar a nuevos mundos era dibujar, ¡y resulta que se me daba bien! «Con el dibujo no se gana la vida», me dijeron. Así que, cuando di el estirón, me fui a vivir a la ciudad para convertirme en diseñador gráfico. Pero el gusanillo del lápiz continuaba vivo y me empujó a hacer un posgrado de ilustración, que me permitió dar vida a mis personajes y, así, poder vivir como ilustrador.
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