Siempre quiso que escribiera. Bien guardados entre sus cosas encontré varios libritos hechos a mano de cuando tendría unos ocho años, dirigidos al mejor padre del mundo. Recuerdo enseñarle poemas más actuales, con un lenguaje diferente y feminista, y lo que sentí como sinceridad salió a borbotones: ""no entiendo nada, pero sigue escribiendo, sigue escribiendo".En su último cumpleaños quise darle el poema con el que comienza este libro: ""del primer hombre de mi vida aprendí "". Pero no se lo dí. Solo me dió tiempo cuando sus preciosos ojos ya no me miraban, pero sé que me escuchó. Estaba a mi lado, estaba ahí.A partir de ese momento saldrían el resto de escritos que conforman este libro, como si surgieran de mi alma, naturalmente, como un volcán en ebullición, como necesidad de no perderle nunca y como forma de no perderme más.
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