Los relatos que componen este libro nacieron casi a la vez que Pirineos, tristes montes. Ambos comparten los escenarios, la intencionalidad y -casi- los protagonistas. Los textos nacieron de una necesidad: la de dar voz a la gente que vivió en los pueblos, las aldeas y las casas solas de las montañas más ásperas de la cordillera. Tipos corrientes, con los mismos deseos y los mismos temores que quienes viven en cualquier ciudad europea de la costa o en un poblado africano, con las mismas pasiones, con idénticos afectos y similares odios, con las mismas ganas de gozar e igual miedo ante el sufrimiento, la soledad y la muerte. El mundo en el que se desarrollaron las historias de este libro, agonizante cuando se escribieron, ya no existe. El recuerdo, en muchos casos, lo ha transformado en un paraíso perdido y añorado. No lo era -un paraíso- ni tampoco se trataba de una ilustración poblada de personajes pintorescos. Hombres y mujeres, nada más. En un escenario particular, eso sí. Cumbres nevadas como fondo, aldeas pardas y minúsculas perdidas en la inmensidad de las montañas, casas viejas construidas con lo que brindaba el terreno, una forma ancestral de organizar la vida familiar y comunitaria, un clima extremado y unos tiempos cambiantes en los que sin saberlo los protagonistas asistían a la desaparición de una forma de vivir y la llegada de otra. Severino Pallaruelo (Puyarruego -Huesca-, 1954). Es autor de una amplia obra, entre la que destaca Las navatas (1984), Viaje por los Pirineos misteriosos de Aragón (1984), Pastores del Pirineo (1988), Pirineos, diario de la naturaleza (1992), José, un hombre de los Pirineos (2000), Pirineos, tristes montes (Xordica, 2008; 4ª edición, 2019) un clásico de la literatura pirenaica, O trasgresor piadoso (Xordica, 2010) y la novela Ruido de zuecos (Xordica, 2013; 2ª edición, 2014).
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