Nada hay más cómico que alguien convencido de salirse con la suya cuando está siendo embaucado.

La decadencia del género cómico al estilo de Aristófanes, Shakespeare o Molière coincide con el auge universal de la farsa al nivel de la esfera política, cuyos grados más sublimes se alcanzan en la toma de decisiones sociales y económicas, dentro del universo de las cosas llamadas importantes, y en todo lo ligado a la rápida dinámica de crecimiento estatal. Con otros nombres, aunque sin alterar un ápice su naturaleza, la comparsa de impostores, usureros y bufones sigue repartiéndose los viejos papeles: el embaucador siempre implacable y la víctima siempre ávida de victimación. La comedia es un género tan intemporal como la tragedia, y en su esencia está exponer lo ridículo y absurdo de ciertos comportamientos humanos.

Desde ese prisma este libro examina, en su primera parte, la riqueza del tener en contraposición a la riqueza del ser, con la meta de recuperar aquello que los antiguos llamaban sacro y eterno frente a ese empobrecimiento, que cabe llamar alienación. La segunda parte analiza la idea de control, surgida de una nada travestida de entidad que funda el poder coactivo. El negocio del miedo, el melodrama policial, el espectáculo de masas o los equívocos sobre autodeterminación y terrorismo, son algunos de los temas analizados por el autor a lo largo de las páginas de esta obra, merecedora del XIX Premio Anagrama de Ensayo, y que acuña por primera vez el término casta para referirse a la clase política que vive de gobernar al prójimo.