Para los sectores tanto laicos como religiosos del movimiento sionista, la Biblia se convirtió en un texto fundacional, por cuanto expresa con nitidez la idea doble de un pueblo elegido y una tierra prometida. Para ello les ha sido preciso adoptar una lectura del libro que parte de su historicidad: dado que establece unos derechos -sean históricos o por donación de la divinidad- absolutos y exclusivos, la legitimidad de la ocupación de la región es indiscutible y se sobrepone a cualesquiera otros derechos, incluido por supuesto el de los habitantes de la región a lo largo de los últimos casi dos mil años.Esta obra reveladora rastrea los mecanismos por los que un texto de carácter sagrado ha pasado a ser un libro de historia. Para ello ha necesitado dar la espalda a buena parte de la crítica bíblica e incluso la arqueología contemporáneas, acudiendo a interpretaciones literalistas del Libro y a la utilización sesgada de los escasos datos documentales: desde el papel de la Biblia para justificar la Nakba de 1948 hasta la consolidación del sionismo religioso de carácter fundamentalista, pasando por las aportaciones del mesianismo cristiano, La Biblia y el sionismo ofrece el ejemplo más acabado y actual de una interpretación que en muchos aspectos ha sido la base de una trágica impostura, cuya superación -eliminando el etnocentrismo que es el corolario de la visión bíblica- es la única salida a una situación que clama a la conciencia universal.
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