La proyección cultural de la catedral no se reduce al arte, a la música de sus monumentales órganos o al desarrollo de las ciencias filosóficas y teológicas. La vida de los hombres discurre por otros ámbitos que son igualmente esenciales. Las catedrales, especialmente aquellas que se convirtieron en lugar de peregrinaciones por contener sepulcros de grandes santos, mártires, confesores, fundadores religiosos, o por haber sido testigos de hechos milagrosos, se convirtieron también en impulsoras de la dimensión social de la fe, promoviendo lugares de encuentro, de acogida y hospedaje, hospitales, hospicios y centros caritativos de diversa índole. La catedral expresaba así su función de «madre» atenta a las necesidades de sus hijos más necesitados. La liturgia que en ella se celebraba generaba la caridad propia de la fe y de los santos misterios. De esta forma, las catedrales se convirtieron en ámbitos propicios para el conocimiento del dogma cristiano y para el ejercicio de las virtudes. Como templo donde el obispo ejercía su magisterio y gobierno pastoral, proyectaba sobre la sociedad civil la luz del evangelio y la presencia de Cristo vivo en medio de su pueblo. Junto a la belleza de las obras de arte que configuran las catedrales aparece unida íntimamente la belleza de la vida cristiana en su conjunto.