Tendemos a considerar que cuando hablamos estamos hablando de la realidad que nos rodea, y no nos percatamos del carácter subordinado que tiene este valor referencial del uso del lenguaje, de que hablamos no tanto para comunicar sino para comunicarnos, para mantenernos en contacto con los demás, para incidir en nuestros interlocutores, para lograr cosas o dejarlas como están, para establecer, alimentar o incluso destruir relaciones. Desde esta perspectiva enunciativista, en cuanto toma a los enunciadores como centro y meta de la producción lingüística, realizamos un recorrido por distintos operadores de la lengua, de la mano principalmente de la llamada perífrasis progresiva. El objetivo es mostrar cómo construimos el discurso, de dónde tomamos sus piezas componentes, y en función de qué adoptamos determinadas estrategias comunicativas, para así terminar demostrando la mentada función primordial del lenguaje de servir de puente entre quienes lo obran.Por el camino habremos descubierto cosas tal vez sospechadas, como que la perífrasis progresiva en tiempo presente no tiene dificultades para expresar habitualidad o futuridad, efectos de sentido que se le suelen denegar, o relegar a ciertas hablas de la lengua. O cosas del todo insospechadas, como que la misma perífrasis igualmente en presente más que hablar de una acción en curso habla de una acción ya transcurrida, contra toda intuición lingüística que podamos tener sobre ello. Esto nos devuelve a la premisa inicial, sobre la falsa equivalencia entre forma o estructura gramatical y realidad fuera de la lengua, y la necesidad de superarla para intentar acometer con un análisis plausible los mecanismos del lenguaje.
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