En el último medio siglo, el mundo ha experimentado un importante proceso de transformación económica provocado por la aparición de nuevas tecnologías y, sobre todo, por la hegemonía de políticas orientadas a la desregulación de los mercados, especialmente, del mercado laboral. Estas medidas no solo han acelerado la globalización económica, sino que también han contribuido al deterioro de la calidad del empleo, fortaleciendo unas prácticas de gestión de la mano de obra que tienden a la precarización de las condiciones de trabajo. Como consecuencia, el poder de negociación de las personas trabajadoras y sus representantes se ha visto significativamente reducido.
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