Coexisten, en realidad, dos deseos: el deseo de lugar y el deseo de los otros lugares, quizá más deseados por lejanos, por imaginados. El lugar propio posee la virtud del re-conocimiento del escenario, ello le otorga una seguridad que pronto se adorna de razones y afecto. Ese otro lugar, sin embargo, distinto e inalcanzable, se sueña con una fuerza y una sinceridad casi primitivas: es como si ahí residiese no el afecto, sino el amor. Y hacia él partiríamos desnudos sin dudarlo.* ¡Tanta lluvia..! Por momentos semeja más de la imaginada***El caminante ha de vivir la libertad. Al final, la soledad será comprensión***En el autobús, en ese eventual microcosmos, asienta lo cotidiano (ahí se afirma) y con ello los más grandes misterios de esas gentes atareadas por dentro y por fuera. Ahí no existe la pureza, la vida gravita llena de intereses y, con el movimiento, todo va decayendo y amoldándose hacia el silencio o una falsa cordura
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