No soy un gran lector de poesía, ni siquiera uno bueno; soy un lector voluntarioso. Empecé tarde. En mi infancia y juventud leí poquísimos versos; si esfuerzo la memoria, apenas logro reunir media docena de lecturas previas a la mayoría de edad: las rimas de Bécquer (pero prefería las leyendas), Platero y yo, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el Romancero gitano y una antología general de Federico García Lorca; ningún contemporáneo. Nací en una casa sin libros, me tocó a mí amueblarla, y siempre he sentido predilección por la narrativa. Todo cambió al incorporarme a la Facultad de Filosofía y Letras ?contaba yo veinticinco años?, en donde cursé contemporáneamente las carreras de Filología Hispánica y Filología Italiana. En aquel período, tres o cuatro profesores avivaron mi curiosidad por el verso? en tanto el resto del profesorado parecía confabulado para ahogar dicha curiosidad antes siquiera de que madurase.