A partir de 1968 los países de la Europa del Este entraron en los años de la segunda normalización (impuesta manu militari por al URSS), sin que ello supusiera, en modo alguno, el final de las contradicciones internas que desde antiguo venía sufriendo el socialismo real. Finalmente, las revoluciones de Europa del Este de 1989, al producirse la conjunción de una serie de factores tanto interno como externos, llegaron a la desintegración del sistema socialista de tipo soviético, iniciándose en la zona un proceso de transición con el objetivo de consolidar la democracia parlamentaria y modernizar las estructuras económicas y sociales de tipo soviético, iniciándose en la zona un proceso de transición con el objetivo de consolidar la democracia parlamentaria y modernizar las estructuras económicas y sociales, lo que debía suponer, al mismo tiempo, el definitivo «retorno a Europa» de todos estos países del centro y sureste del viejo continente.