Mucho se habla de ver la vida a vista de pájaro. Pero, si nos fijamos, gorriones y palomas bajan al suelo y caminan sobre él. Quizá porque saben que la vida tiene muchas perspectivas. La nuestra necesita una escuadra, cartabón y un compás capaz de hacer círculos que engloben, al menos, una parte del hoy y del ayer. Solo así entenderemos Bilbao. Como un mapa donde los tesoros no siempre están escondidos, pero hay que buscarlos. En ocasiones pueden verse, aunque a veces no nos demos cuenta, a simple vista. O quizá están más allá de lo visible. Retales del ayer y ecos de lo que fuimos pueden espéranos al final de un callejón o en un chaflán cambiante. Por eso y por todo, solo queremos acompañar. Nada más. Convertirnos en compañeros de viaje por una villa que cuesta plasmar en viñeta y que no cambie el dibujo de repente. Lo que también tiene su aquél. Por eso nos conformamos con disfrutar. Recorriendo parte del Botxo. Todo es imposible. Por eso, si les falta su lugar favorito, anótenlo. Al final del libro les dejamos una página para que describan ?Mi Bilbao de verdad?. Ese que solo pertenece a quien lo lee. Si la infancia es la patria del hombre, el barrio es su país. Nosotros lo sabemos bien. Vivimos lejos de este mapamundi con forma de agujero durante demasiado tiempo. Y entendimos que jamás te vas del todo. Queda el cordón umbilical de la añoranza. Sea por distancia o por años. Por eso lo mejor es dejarse llevar. Pillar un buen calzado mental y recorrer sus páginas con la mirada del caminante. De esa forma, y cuando menos lo esperemos, coincidiremos por ahí.