«¡Derecha, izquierda, izquierda, derecha, alto ya!". ¡Alto, sí! De esto se trata: de que se acabe la siniestra farsa de las dos grandes ideologías que, haciendo como si se enfrentaran, rigen el mundo. Una sola ideología, una sola concepción del mundo domina a éste: el individuo, el hombre masa como rey y señor; el dinero, el materialismo como centro, principio y fin. La animal pero sofisticada satisfacción de las necesidades materiales: he ahí lo único que cuenta. He ahí el gran principio con el que las derechas e izquierdas coinciden hoy -no siempre fue así- plenamente. Sus diferencias sólo son de matiz; sólo se refieren, como máximo, a los medios a emplear para mejor consolidar el orden existente y sus instrumentos políticos.

Ante ello, ¿tendría algún sentido seguir moviéndonos, seguir razonando en los anquilosados términos de «derecha-izquierda»? ¿No se impone, por el contrario, romper la vieja, fraudulenta baraja? ¿No es hora de repensarlo todo sobre nuevas bases; de echar por la borda todo lo que se tenga que echar; de tomar sólo de la derecha, de la izquierda o de donde sea lo que merezca ser tomado?