Están condenadas al fracaso todas las rebeliones que carezcan de una perspectiva general, que estén desprovistas de una ontología verdadera, la cual solo puede ser ofrecida, hic et nunc, por un marxismo reconstruido. La realidad social contemporánea –la de Lukács en los años 60 y la nuestra en el siglo XXI– está atravesada por múltiples movimientos contestatarios y revueltas sociales –y ello tanto en los países más atrasados económicamente como en el capitalismo más «opulento»–, que responden a la repulsa generada por el capitalismo, o bien en su vertiente explotadora o bien en la consumista-manipuladora. Sin embargo, tales movimientos están en sí mismo reificados como meros espectáculos o happenings, superficiales en forma y contenido, y «permanecen puramente en el plano inmediato», sin «tocar el punto esencial de la reificación y del extrañamiento dominantes». Fracasan, incluso cuando triunfan –o bien alcanzando objetivos muy parciales, o bien siendo reificados y absorbidos por el propio sistema manipulador capitalista– de manera casi inexorable: «Difícilmente hubo un período altamente socializado en que la sublevación auténtica, la sublevación práctica contra el sistema económico dominante y contra su ideología, hubiese sido tan débil e inefectiva».