La lectura ha constituido el objetivo común de la enseñanza de la literatura a través de los distintos enfoques que se han ido sucediendo desde el paradigma retórico, que defendía la lectura de los autores clásicos como medio indispensable para el aprendizaje elocutivo. El método historicista amplía el horizonte de la lectura con autores nacionales, lo que conlleva la recuperación, promoción y edición de nuestros autores clásicos, así como su divulgación por medio de ediciones apropiadas a la población escolar. La perspectiva estructuralista propició una cierta confusión en Europa a mediados del siglo XX y vino a cambiar el sentido de la enseñanza de la literatura, centrada ahora en el texto. Con el formalismo y el estructuralismo literarios como telón de fondo se va gestando un nuevo modelo didáctico que intenta sustituir la memorización de datos sobre obras y autores en el discurrir de la historia por una presencia directa de los textos, debidamente seleccionados, en las aulas, a los que se somete a la técnica de análisis e interpretación textual en la búsqueda de la especificidad de lo literario, que fue ampliándose en décadas posteriores, tanto hacia factores externos de funcionamiento social del fenómeno literario, como hacia los factores internos de la construcción del significado por parte del lector. Sin embargo, la introducción del comentario de textos en las aulas no facilitó la lectura de obras literarias en la enseñanza, ya que se trabajaba sobre fragmentos en la búsqueda casi exclusiva del ejercicio crítico.