La poesía de Miguel Ángel Vázquez es un acto de resistencia contra la desesperación. A una cierta distancia, sus poemas contemplan el mar y el tiempo, la luz y la naturaleza. Sin embargo, esa serenidad, a medida que te acercas, la descubres asediada por guerrillas, eclipses y muerte y encuentras a Miguel Ángel aferrado al asombro como único asidero contra la oscuridad. Cada poema es aquí ese esfuerzo de contención del aliento que, mientras dura, salva el mundo. Sin embargo, Miguel Ángel Vázquez sabe que también hay que respirar de vez en cuando y que apartar la mirada, cuando llega el momento, también es ceder. Sabe que hasta los poemas tienen un último verso. Sabe que no solo la muerte, también la vida, lo reclaman más acá de la poesía. Y entonces suelta el aire. Y así se abren los ojos.