El libro se abre como la luz, vida-muerte en un haz de siete, y es la atenta observación crítica de la poeta la que hila la realidad, la que teje con palabras un tapiz, otro fractal que insiste en lo fragmentario y en el reordenamiento de la forma que al ser renombrada nos posibilita transitar ese no-lugar. Fermenta el mundo.  El ojo, las oníricas alas del habla, se cruzan en un pulso, la trama y la trampa, con el decir oscuro y directo, que nos plantea el puente de la lectura, el paso reiterado del ahí, la ondulación de la metamorfosis, el vaivén del símbolo al sinsentido. Se abre la rosa numérica, nos vierte su música y esas intuitivas escalas hacia lo porvenir.

Yaiza Martínez en Siete – Los perros del cielo propone un diálogo con la espe- ranza desde la superación del mito, la fuga del encorsetamiento formal y las valoraciones de lo previsible o convencional como leyes. Memoria, canto, imágenes, maternidad. Y la mujer crea, en la fineza de su reflexión y la hondura de su expresividad, superpone las aguas al granito, pues son los espejos del alma de los universos los que por sí mismos van componiendo esta poética de la densidad y la precisión. Una carta eólica, luminiscente, defiende la poesía como territorio de liberación de la imaginación, cuando éste tiende a la belleza y la justicia, cuando ésta elude la hipnosis racionalista y pragmática. “Sustancia y gracia” que esperan vuestro moroso cuidado y atención.