Un debut electrizante sobre la construcción de una identidad propia ante las imposiciones del entorno.

Un debut electrizante sobre la construcción de una identidad propia ante las imposiciones del entorno.

Alba, la narradora de esta historia, forma parte de una generación que intenta pisar tierra firme en una ciudad que hace aguas. La generación es la que bordea la treintena y va dejando atrás la juventud entre los trabajos precarios y la culpa inerte por formar parte del primer mundo, entre el feminismo emergente y las relaciones contrahechas, impulsada por la necesidad de batallar con las mismas fuerzas contra los elementos y contra sí misma: una realidad contradictoria, solo apta para equilibristas. La ciudad es esta Barcelona contemporánea que, en su pretensión de modernidad, acaba por convertirse en la antagonista definitiva, y donde la comunicación humana es cada vez más incierta y fantasmal.

Con una voz descarnada y sin filtro, las páginas de Consumir preferentemente rebosan un humor cáustico que funciona como sátira y como látigo, con una propuesta lingüística arriesgada al servicio de una narración mordaz y autodestructiva.

Andrea Genovart debuta con esta novela que hace de espejo ético y sentimental del mundo que se nos viene encima, con una mirada llena de rabia contra una sociedad que nos supera pero, sobre todo, llena de un deseo incontestable de insistir.

«Una historia generacional en la que el estilo también importa, y mucho. Es lógico que en una novela sobre Barcelona se hable como se habla a menudo en Barcelona, con una lengua contaminada, sucia y vivísima» (Begoña Gómez Urzaiz, La Vanguardia).

«Chapuzón sin miedo en la nueva oralidad literaria de una generación que escribe sin atender las normas. (...) Un viaje a los desvaríos de una joven que se cree más lista que los demás y lo cuestiona todo (en su cabeza), mientras se enfrenta a sus incertidumbres y sus contradicciones como ciudadana de un primer mundo que empieza a ser consciente de su fragilidad» (Noelia Ramírez, El País).

«Consumir preferentemente no se parece a nada. (...) Reciben el amor romántico, el feminismo, las empresas hipócritas, los pijos, los clásicos e incluso, de refilón, Quim Monzó. (...) Gracias en nombre de los lectores» (Julià Guillamon, La Vanguardia).

«Trabaja el lenguaje, estira sus costuras para ver qué pasa y pisa el acelerador de sus capacidades de observación y reflexión para ofrecernos un paisaje borroso por lo que tiene de incertidumbre y angustia, pero también nitidísimo por lo que tiene de precisión literaria. Consumir preferentemente puede llegar a ser uno de los retratos que queden de la generación milenial» (Marina Espasa, Ara).