Detalles del libro
Eduardo Laborda pinta escenarios en los que parece que el tiempo se hubiera muerto y solo quedara, mudo y cadavérico, el espacio. La herrumbe y el orín resbalan por las viejas estatuas, igualadas ya en el sin-tiempo con poleas, bielas e ingenios oxidados que fueron los iconos modernos hasta el día en que se pararon todos los relojes. Y las ciudades nuestras (Zaragoza o Huesca) se vuelven espectrales, metalizadas, detrás de las estatuas. Y las fábricas del primer empuje industrial, petrificadas.
Los visitantes miran extrañados esos paisajes conocidos convertidos en fantasmas. Luces raras, tapias y laboratorios que ya no encierran seres vivos. La Maquinista del Ebro o la Estación del Norte yacen ateridos sobre campos desolados. Y el mismo río está simbolizado por la cabeza obtusa de un maniquí barroco.
Hay mucho de escenario y de máscara. Personajes de tragedia (Antígona), los mitos clásicos (Demeter), caminan o se muestran con toda la carne, con la espesa rotundidad de cuerpos desnudos; pero la mirada (el alma) en otro sitio, como si sufrieran en las entrañas ese extrañamiento del ser y del tiempo. Actitudes teatrales, retóricas; manos alzadas, elocuentes, de las que sólo emana un silencio continuo, misterioso y terco. Ya las estatuas de carne cobran vida caliente, pero están atadas a esa noria del tiempo con todos los artilugios oxidados. No hay nada que decir entonces y miran a nadie, sonámbulas.
Un nuevo fin de siglo sobre las esfinges, cielos nublos, oblicuidad, motores. Dibujos perfectos para mostrar mujeres espantadas. Eduardo Laborda explica muy bien cómo el realismo en pintura es engañoso (ya lo demostraron los pintores barrocos), porque deja en el espectador la misma extrañeza que si contemplara cuadros de expresionismo abstracto. Y la gente mira estampas figurativas que no se entienden.
- Encuadernación Otros
- Autor/es AA. VV.
- ISBN13 9788496081307
- ISBN10 8496081303
- Año de Edición 2006
- Idioma Castellano