José Pascual no es un déspota ilustrado. Es un hombre hecho a sí mismo, dirige un periódico de ámbito comarcal y está cargado de historias y anécdotas con olor a naftalina y vinagre.

Si has estado alguna vez en un aburridísimo cóctel de empresa donde los jefazos se dan la mano y se apuñalan por la espalda, quizá te haya tocado escuchar alguna de ellas.

Emilio ya es un experto, se las sabe todas de memoria y siempre atiende con una sonrisa en la cara cuando se las repiten.

Porque él solo es un trabajador de la redacción que recibe órdenes, uno que cada vez tiene más claro que las noticias no están al servicio de la verdad, sino del poder y el dinero.

Quizá es por eso que ha decidido hacer algo al respecto. Sospecha que este no es su sitio y que las cosas irían un poco mejor si todo ardiera o saltara por los aires.

Él no es rencoroso. Emilio no está resentido. Pero es momento de devolvérsela. Porque una cosa es padecer la miseria y otra muy distinta ser un miserable.

Odio eterno a los miserables.