A fuerza de pensar el tiempo personalmente vivido alcanzamos a sospechar lo que fueron otros, ya idos. A muchos de los que no lo sufrieron, Franco les parece simplemente una figura ridícula: bajito, bigotillo, voz aflautada... pero ese hombre grotesco, de gran capote militar y adjetivos desmesurados, sembró -secundado por sus secuaces- primero el dolor, la muerte y la desolación; después, más dolor, más oprobio, más angustia, más indignidad, más injusticia. La generación de la autora (nacidos desde mediados de los 40 hasta mediados de los 50) tuvo la suerte de poder combatirlo. Intentaron -y en lo básico lo consiguieron- construir otro estado de cosas. Pero nuestra pobre vida política actual, nuestro bajo nivel de participación e implicación ciudadana, el insolente poder de la Iglesia, el posicionamiento reaccionario de la derecha española, nuestra realidad en suma, está condicionada aún por la herencia, las heridas y cicatrices de esa guerra y los posteriores cuarenta años de dictadura. Con este relato, se pretende ilustrar aquella etapa desde la perspectiva de una niña nacida en un pueblo andaluz y serrano al acabar la Segunda Guerra Mundial. Crecida, pues, bajo el franquismo pero que consiguió rebelarse y luchar por la libertad personal y social.